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sábado, 15 de octubre de 2016

Crónica de una vacación paranormal


Crónica de una vacación paranormal
Autor: Elías Fuentes
   
 Antes de comenzar con mi relato, es importante que les mencione que estos hechos fueron reales, vividos aquí en Venezuela, por mis familiares y mi persona.
    En el año 1996, cuando yo tenía 12 años, vivíamos en Judibana, una pequeña ciudad, aledaña a la refinería de Amuay, estado Falcón -la misma donde ocurrió la explosión del 2012-  ya que  mis padres habían sido transferidos para el occidente y trabajaban con la empresa  petrolera Lagoven, como docentes en la escuela del Campo Médico de la empresa. Allí, ellos tenían un nivel de trabajo muy exigente  aunque también podían optar por un buen sueldo y beneficios para la familia,  que les permitía a mis padres llevarnos  de viaje en días vacacionales,  a mi prima, hermana, hermanito y a mí.  En vacaciones íbamos a las playas de Paraguaná, a los Médanos y a la Sierra de Coro, a la ciudad de Maracaibo, Barquisimeto, Puerto Cabello, y  cuando podíamos, cruzábamos el país en tierra para oriente, Monagas, donde residían mis abuelos, ya que somos de ese estado.  
    Mis padres, para la  vacación de Semana Santa de ese año, 1996, planificaron un viaje familiar en carro propio para el estado Mérida, que a pesar de sus carreteras, como la vía del Páramo, son de alta exigencia al volante, mi padre, que estaba acostumbrado a recorrer carreteras, estaba dispuesto a enfrentarlo,  pues, no era la primera vez de visita a Mérida, ya que una vez anterior a este viaje, habíamos estado en la ciudad de Mérida unos días, para conocerla.  
   Pero esa vez era distinto, en esa segunda oportunidad ya anticipadamente mis padres habían apartado residencia turística y fuimos a quedarnos en unas cabañas en las afueras de un pueblito en las montañas andinas, a más altura aun que la ciudad de Mérida, llamado Santo Domingo. El pueblo de Santo Domingo está ubicado en un valle a 80 Km de Mérida, en la Ruta de las Cumbres, que conecta a Barinas con Mérida. Es de hermoso verdor, con el paisaje típico de páramo, a esa altura, unos 2200 km sobre el nivel mar, hace frío,  y está lleno de neblina la mayor parte del día. 


    Nos quedaríamos cuatro días de “la semana mayor”, estas cabañas eran apartadas en una colina vecina a la que albergaba el pueblo de Santo Domingo, desde donde lo podíamos observar entre la neblina, junto a la carretera, conocida como Ruta de las Cumbres que lo conecta con la ciudad de Mérida. 

     Recuerdo que la entrada a estas cabañas era por un desvío en la carretera,  un camino solo para llegar a esta colina del valle, allí estaban las casitas, un pequeño urbanismo justo en medio de las montañas llenas de neblinas. Las cabañas tenían un modelo uniforme, de pequeñas casas convencionales de pueblo,  solo diferenciadas por el color y sus números que las identificaban.  En el interior de estas, estaban amobladas, y equipadas con tv, agua caliente e implementos para el uso de los turistas y solo habitadas en épocas vacacionales. En esas casitas de montaña, se debe comprar mercado saliendo al pueblito para cocinar uno mismo, ya que no tienen ningún restaurant ni bodega cerca, cada cabaña tiene su chimenea  para darle calefacción al ambiente interno, y su parrillera afuera para cocinar con leña.  


    El primer día, cuando llegamos era ya la tarde, fuimos preparados, bien abrigados con sweaters, pasamontañas y guantes para el frío, llevamos comida para nuestra casa alquilada, mis padres comenzaron a preparar la comida y mi hermanito menor se quedó con ellos. Mientras, hacían la cena, mi hermana, mi prima y yo, nos dedicamos a recoger leña por los alrededores de la colina y a apreciar  la naturaleza mística que nos rodeaba. 


Era el paisaje muy verde, lleno de árboles de espesa vegetación, había grandes pinos entre esos, también había flores sembradas en algunos lugares. Encontramos caballos que estaban comiendo el pasto de la colina, siendo  estos, parte del paisaje turístico. Lo más resaltante que veíamos era el espesor de la neblina que cubría las montañas que rodeaban al valle, y que podíamos apreciar justo al mirar hacia el frente.  No estuvimos mucho tiempo, volvimos a la cabaña, porque nos llamaron a cenar, y muy rápido se hizo de noche y el frío se incrementó en el alrededor, llenándose de neblina el ambiente. 

     En la cabaña, cansados del viaje, apenas cenar, nos fuimos a acostar. En la cama ya acostados, entrecerramos las ventanas para no dejar pasar el aire frío, sin acalorarnos dentro de la casa. Eran dos habitaciones, una aparte y cerrada en donde dormían mis padres con el bebé a su lado, y la otra se conectaba con la cocina y no tenía puerta, allí dormían mi hermana y mi prima, yo dormía en un sofá-cama, en la sala con cocina, típica de una cabaña de montaña. 

   Acostados, pudimos notar el extremo y eterno silencio que acompaña a la montaña, yo no podía dormir, porque comimos una parrilla antes de acostarnos y me cayó algo pesada, solo descansaba esperando conciliar el sueño.  De pronto empiezo escuchar unos pasos, pensé que era mi imaginación, yo jamás he sido temeroso a la oscuridad ni había creído nunca en cosas raras, pero ese sonido era claro y real, los pasos se escuchaban caminar por la cocina, eran lentos, se escuchaba el golpear de pasos contra el rechinar de las tablas, porque el piso era de madera. Y mi persona, que tenía la cocina frente a mí, no podía ver nada extraño, ni siquiera una sombra, solo escuchar los pasos pasar solo a unos pocos metros de mí. Me dio algo de temor, pero entonces al dejar de escucharlos, me calmé y seguí durmiendo como si fuera nada. 

    Al segundo día, apenas nos despertamos mi hermana y yo, fuimos a darle un paseo a nuestro hermanito por las callejuelas que unían las casitas, había algunas personas fuera de sus cabañas, de las pocas casas cabañas que formaban el pequeño complejo turístico en la montaña,  pero las demás cabañas se encontraban vacías, las personas solo las usaban como dormitorio, ya que viajaban temprano a la ciudad de Mérida que es el mayor centro de comercio en la zona. Nosotros seguimos caminando por allí y le mostramos caballos al bebé, y después quisimos bajar un poco en la colina que quedaba en las faldas de la montaña que teníamos enfrente, y nos dimos cuenta que había lo que nosotros denominábamos un inmenso tobogán de diversión, ahora se, que en realidad era una muy larga cuneta en forma de tobogán de cemento liso, que bajaba en la empinada  colina, hasta llegar a un bosque muy cercano. Esta tendría la función de llevar el cauce de agua cuando llovía mucho a tierras bajas y evitar la corrosión de la colina por la bajada del agua en grandes cantidades. 
    Pero como era semana santa, el ambiente en Santo Domingo se encontraba despejado y fresco en las alturas, eso hacía permanecer a esa cuneta, bastante seca. 


    Al ver este “tobogán” mi hermana de 10 años, me dijo que aguantara al bebé para ella lanzarse, lo aguanté y se lanzó después,  al llegar abajo de la colina ella se puso nerviosa y subió corriendo. Al preguntarle qué había pasado, me dijo que no le gustaba ese bosque oscuro que estaba apenas metros del fin de la cuneta. Luego me tocó lanzarme, abajo me pareció haber escuchado ruidos cerca, hacia el bosque, luego de un rato subí. Al llegar arriba, fuimos a almorzar y en la tarde salimos a la ciudad de Mérida, la pasamos bien, hasta regresar a las cabañas de noche.
    En la noche del segundo día, estaba muy lleno de neblina todo, hasta el punto que no podíamos ver las casas que estaban vecinas, nos guardamos rápido en el interior y prendimos la chimenea, estuvimos viendo tv y luego nos acostamos.  Cuando me acosté en el sofá cama, veía la ventana cerrada, blanquecina por la neblina, pude notar una luz blanca tenue que pasaba muy rápido alumbrando la ventana, solo cerré los ojos y dormí. 
    Al tercer día, pasamos la mañana en la cabaña compartiendo en familia un bingo, ludo y juegos de mesa que habíamos llevado. Luego nos arreglamos y salimos a la ciudad de Mérida, la pasamos bien allá, compartiendo en lugares turísticos hasta el atardecer, cuando regresamos a la cabaña.  Apenas estábamos llegando, decidimos volver a salir, porque pensamos que había que comprar algo para  hacer en el desayuno y no tener que salir temprano sin haber comido, pues el cuarto día era el mismo que tendríamos que marcharnos.  Mi prima decidió quedarse porque estaba cansada y además deseaba ir al baño. Nosotros nos fuimos al pueblo de Santo Domingo, a unos 15 minutos de allí, para comprar algo de comer.

    Mi prima, que ya era una muchacha de unos 22 años, era temeraria y no supersticiosa, no tuvo ningún reparo en quedarse. Al llegar al pueblo, compramos la comida para al otro día, lo que desayunaríamos y lo que nos llevaríamos de viaje, algo más con lo que ya habíamos comprado en Mérida. 
   Al regresar de noche,  nos encontramos con lo que menos esperamos. Entre la neblina que cubría la cabaña en donde nos hospedábamos se escuchaban los gritos de mi prima, llorando.  Abrimos la puerta de la cabaña, que se encontrada cerrada por nosotros por seguridad, dentro no encontramos nada raro solo los sonidos de los golpes de mi prima a la puerta del baño, ya que se había quedado encerrada con seguro desde afuera.  A mi padre le costó forzar el pesado seguro de pasador para abrir la puerta, se requería mucha fuerza para ser movido, y estaba totalmente pasado. Después de un rato de luchar por sacar a mi prima que lloraba adentro, la sacamos. Ella no podía hablar mucho porque temblaba, estaba muy nerviosa, un comportamiento totalmente inusual en ella, y cuando se tranquilizó nos contó. 

  Ella, luego de estar un rato en el sofá cama descansando, entró al baño y a sabiendas que no había nadie, dejó la puerta entrecerrada mientras usaba el inodoro. De pronto empezó a escuchar pasos lentos en el suelo, hasta que con una fuerza estrepitosa se cerró la puerta del baño, y ella se inclinó para abrirla, pero no pudo porque inmediatamente después se pasó el seguro de afuera con un sonido seco. Ella se puso muy nerviosa viendo que no podía comunicarse con nosotros, ya que en las cabañas de la montaña no hay señal y estaba encerrada por alguien sin poder pedir auxilio, gritaba y era  como si no hubiese vecino habitando esa noche, nadie se acercó a socorrerla hasta que llegamos nosotros.  
    Al escuchar el relato de mi prima, empezamos a notar que algo extraño estaba ocurriendo, algo paranormal, cuando nos dimos cuenta que las ventanas estaban cerradas como las dejamos y bien aseguradas desde adentro, la puerta de salida igual, nadie de afuera podía haber entrado, y la cabaña estaba vacía, al menos parecía estarlo.  

   Nos quedamos alarmados, pero luego de ver un rato tv y conversar un poco, nos acostamos todos.  A mí, como los demás días, me tocaba el sofá cama de la sala. Yo estaba acostado de lado intentando dormir, solo veía reflejada en las paredes la luz de lo que quedaba del fuego de la chimenea,  ¡de pronto! empiezo a escuchar los pasos de nuevo, que estaban muy cerca de mí, justo detrás, tenía que voltear a ver, pero no lo quise hacer, me quedé en mi posición. Luego, de un rato escuchando los pasos, empecé a escuchar sonidos de la cocina, platos, tenedores y ollas, al escuchar eso, si me di la vuelta y lo que vi me impresionó, las cosas se arrastraban, haciendo un ruido suave pero perceptible, se movían sin parecer haber algo que las moviera.  Eso si me dejó impactado al verlo, tenso, cerré los ojos, hasta irme relajando poco a poco, no volví a abrirlos hasta el otro día. 


    En la mañana del cuarto día,  comenzamos a arreglar las cosas para irnos y a realizar el desayuno, y conté lo que había visto en las noche, sumado a lo que le había sucedido a mi prima, era razones suficientes para querernos ir, a pesar de que el sitio era muy hermoso en cuanto al ambiente, vegetación y  un clima frío muy particular, especial para unos orientales agotados del calor de nuestras tierras, sin embargo, se sentía un silencio que ocultaba algo raro en el ambiente, algo paranormal, que no hacía bienvenido al que llegase allí.  
  Pero antes de marcharnos, eso que estuviese allí nos condujo a dar un paseo de nuevo por la colina y lanzarnos a la cuneta “Tobogán” a mí y a mi hermana, que sin importar lo ocurrido, quisimos recrearnos por última vez, y los dos llegamos debajo de la montaña. 
   Esta vez, nos acercamos a curiosear que había tras esos árboles frondosos y tupidos que estaban cerca de la falda de la montaña.  Y allí estaba, lo que explicaba todos los hechos paranormales que habían ocurrido, estupefactos quedamos al ver una gran cantidad de tumbas abandonadas tras la maleza, metidas en el bosque, pero a pesar de verse antiguas, estaban conservadas como para notarse los nombres inscritos de los difuntos que se encontraban allí. Nuestra impresión fue grande, cuando nos dimos cuenta, que a muy pocos metros de las cabañas, quedaba oculto un cementerio viejo y abandonado. Subimos rápido, y contamos lo ocurrido, estuvimos orando toda la familia para que descansaran en paz esos difuntos, y justo dos horas después, nos despedimos de ese lugar. Disfrutamos aquella vacación, pero nunca olvidaremos lo visto, fue una vacación paranormal. 

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